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Foto del escritorMaleydi Gaitan León

EL FRUTO PROHIBIDO Y EL PESEBRE

Actualizado: 10 mar 2021



Ese día en el que la luz se convirtió en oscuridad, la plenitud se transformó en pobreza, y la comunión se tornó en soledad. Aquellos que habían recibido todo de la mano de Dios, le deshonraron al no obedecer su mandato. La serpiente, el enemigo de Dios, les hizo dudar del carácter perfecto de su Creador, y ellos, a pesar de ver evidencias de su bondad en todas partes, decidieron abrazar la mentira que les hizo creer que ellos podían ser como Dios. Comieron del fruto que a sus ojos parecía dulce; una sola mordida bastó para experimentar la amargura que le produjo al alma, una amargura que sigue impregnada en todos los hijos de Adán. Los pies que corrían con libertad a Dios, ahora se dirigían a un abismo de muerte. Nada, ni nadie, podía reparar tan horrible mal; ningún ser humano podría limpiarse de su maldad. Hasta ese momento… En un instante, Dios dejó brillar un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que reinaba en los corazones muertos. Adán y Eva recibieron las consecuencias de su pecado, y cuando Él se dirigió a su enemigo le dijo: «Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar.» (GÉNESIS 3:15) Cuando el enemigo de Dios pensó que se había salido con la suya, Dios le declaró que a lo largo de la historia

Dios culminó su asombrosa creación al formar al hombre y a la mujer. Ellos fueron colocados en su jardín, fueron provistos de todo lo que necesitaban y disfrutaban de una cercana y plena relación con su Creador y del uno con el otro. El gozo resplandecía en sus rostros y sus corazones rebosaban de satisfacción.

Hasta ese día…

Ese día en el que la luz se convirtió en oscuridad, la plenitud se transformó en pobreza, y la comunión se tornó en soledad. Aquellos que habían recibido todo de la mano de Dios, le deshonraron al no obedecer su mandato. La serpiente, el enemigo de Dios, les hizo dudar del carácter perfecto de su Creador, y ellos, a pesar de ver evidencias de su bondad en todas partes, decidieron abrazar la mentira que les hizo creer que ellos podían ser como Dios. Comieron del fruto que a sus ojos parecía dulce; una sola mordida bastó para experimentar la amargura que le produjo al alma, una amargura que sigue impregnada en todos los hijos de Adán. Los pies que corrían con libertad a Dios, ahora se dirigían a un abismo de muerte. Nada, ni nadie, podía reparar tan horrible mal; ningún ser humano podría limpiarse de su maldad. Hasta ese momento… En un instante, Dios dejó brillar un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que reinaba en los corazones muertos. Adán y Eva recibieron las consecuencias de su pecado, y cuando Él se dirigió a su enemigo le dijo: «Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar.» (GÉNESIS 3:15) Cuando el enemigo de Dios pensó que se había salido con la suya, Dios le declaró que a lo largo de la historia

de la humanidad, habría enemistad entre él y los hijos de Eva y que de su simiente llegaría uno que aplastaría su cabeza. ¡Dios anunció que Él proveería la solución para el problema del pecado! Dios fue el primero que declaró la buena noticia del evangelio. Este Salvador prometido, había de venir de la simiente de la mujer, porque sería concebido por una virgen. Dios mismo, hecho hombre, vendría a reparar todo lo que el pecado había destruido. «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.» (ISAÍAS 9:2) Si queremos apreciar la luz que irradió el nacimiento de Jesús, primero necesitamos considerar la oscuridad que reinó y que sigue reinando en el corazón del hombre. Al ponderar que el pecado nos dejó espiritualmente muertas y separadas de Dios, valoraremos la llegada de Emmanuel, Dios con nosotros¡Te invito a que leas los primeros tres capítulos! Dios culminó su asombrosa creación al formar al hombre y a la mujer. Ellos fueron colocados en su jardín, fueron provistos de todo lo que necesitaban y disfrutaban de una cercana y plena relación con su Creador y del uno con el otro. El gozo resplandecía en sus rostros y sus corazones rebosaban de satisfacción. Hasta ese día…

Ese día en el que la luz se convirtió en oscuridad, la plenitud se transformó en pobreza, y la comunión se tornó en soledad.

Aquellos que habían recibido todo de la mano de Dios, le deshonraron al no obedecer su mandato. La serpiente, el enemigo de Dios, les hizo dudar del carácter perfecto de su Creador, y ellos, a pesar de ver evidencias de su bondad en todas partes, decidieron abrazar la mentira que les hizo creer que ellos podían ser como Dios.

Comieron del fruto que a sus ojos parecía dulce; una sola mordida bastó para experimentar la amargura que le produjo al alma, una amargura que sigue impregnada en todos los hijos de Adán.

Los pies que corrían con libertad a Dios, ahora se dirigían a un abismo de muerte. Nada, ni nadie, podía reparar tan horrible mal; ningún ser humano podría limpiarse de su maldad.

Hasta ese momento…

En un instante, Dios dejó brillar un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que reinaba en los corazones muertos. Adán y Eva recibieron las consecuencias de su pecado, y cuando Él se dirigió a su enemigo le dijo: «Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar.» (GÉNESIS 3:15) Cuando el enemigo de Dios pensó que se había salido con la suya, Dios le declaró que a lo largo de la historia de la humanidad, habría enemistad entre él y los hijos de Eva y que de su simiente llegaría uno que aplastaría su cabeza.

¡Dios anunció que Él proveería la solución para el problema del pecado! Dios fue el primero que declaró la buena noticia del evangelio.

Este Salvador prometido, había de venir de la simiente de la mujer, porque sería concebido por una virgen. Dios mismo, hecho hombre, vendría a reparar todo lo que el pecado había destruido. «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.» (ISAÍAS 9:2)

Si queremos apreciar la luz que irradió el nacimiento de Jesús, primero necesitamos considerar la oscuridad que reinó y que sigue reinando en el corazón del hombre. Al ponderar que el pecado nos dejó espiritualmente muertas y separadas de Dios, valoraremos la llegada de Emmanuel, Dios con nosotros!Ese día en el que la luz se convirtió en oscuridad, la plenitud se transformó en pobreza, y la comunión se tornó en soledad. Aquellos que habían recibido todo de la mano de Dios, le deshonraron al no obedecer su mandato. La serpiente, el enemigo de Dios, les hizo dudar del carácter perfecto de su Creador, y ellos, a pesar de ver evidencias de su bondad en todas partes, decidieron abrazar la mentira que les hizo creer que ellos podían ser como Dios. Comieron del fruto que a sus ojos parecía dulce; una sola mordida bastó para experimentar la amargura que le produjo al alma, una amargura que sigue impregnada en todos los hijos de Adán. Los pies que corrían con libertad a Dios, ahora se dirigían a un abismo de muerte. Nada, ni nadie, podía reparar tan horrible mal; ningún ser humano podría limpiarse de su maldad. Hasta ese momento… En un instante, Dios dejó brillar un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que reinaba en los corazones muertos. Adán y Eva recibieron las consecuencias de su pecado, y cuando Él se dirigió a su enemigo le dijo: «Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar.» (GÉNESIS 3:15) Cuando el enemigo de Dios pensó que se había salido con la suya, Dios le declaró que a lo largo de la historiaDios culminó su asombrosa creación al formar al hombre y a la mujer. Ellos fueron colocados en su jardín, fueron provistos de todo lo que necesitaban y disfrutaban de una cercana y plena relación con su Creador y del uno con el otro. El gozo resplandecía en sus rostros y sus corazones rebosaban de satisfacción.

Hasta ese día…

Ese día en el que la luz se convirtió en oscuridad, la plenitud se transformó en pobreza, y la comunión se tornó en soledad. Aquellos que habían recibido todo de la mano de Dios, le deshonraron al no obedecer su mandato. La serpiente, el enemigo de Dios, les hizo dudar del carácter perfecto de su Creador, y ellos, a pesar de ver evidencias de su bondad en todas partes, decidieron abrazar la mentira que les hizo creer que ellos podían ser como Dios. Comieron del fruto que a sus ojos parecía dulce; una sola mordida bastó para experimentar la amargura que le produjo al alma, una amargura que sigue impregnada en todos los hijos de Adán. Los pies que corrían con libertad a Dios, ahora se dirigían a un abismo de muerte. Nada, ni nadie, podía reparar tan horrible mal; ningún ser humano podría limpiarse de su maldad. Hasta ese momento… En un instante, Dios dejó brillar un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que reinaba en los corazones muertos. Adán y Eva recibieron las consecuencias de su pecado, y cuando Él se dirigió a su enemigo le dijo: «Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar.» (GÉNESIS 3:15) Cuando el enemigo de Dios pensó que se había salido con la suya, Dios le declaró que a lo largo de la historia

de la humanidad, habría enemistad entre él y los hijos de Eva y que de su simiente llegaría uno que aplastaría su cabeza. ¡Dios anunció que Él proveería la solución para el problema del pecado! Dios fue el primero que declaró la buena noticia del evangelio. Este Salvador prometido, había de venir de la simiente de la mujer, porque sería concebido por una virgen. Dios mismo, hecho hombre, vendría a reparar todo lo que el pecado había destruido. «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.» (ISAÍAS 9:2) Si queremos apreciar la luz que irradió el nacimiento de Jesús, primero necesitamos considerar la oscuridad que reinó y que sigue reinando en el corazón del hombre. Al ponderar que el pecado nos dejó espiritualmente muertas y separadas de Dios, valoraremos la llegada de Emmanuel, Dios con nosotros¡Te invito a que leas los primeros tres capítulos! Dios culminó su asombrosa creación al formar al hombre y a la mujer. Ellos fueron colocados en su jardín, fueron provistos de todo lo que necesitaban y disfrutaban de una cercana y plena relación con su Creador y del uno con el otro. El gozo resplandecía en sus rostros y sus corazones rebosaban de satisfacción. Hasta ese día…

Ese día en el que la luz se convirtió en oscuridad, la plenitud se transformó en pobreza, y la comunión se tornó en soledad.

Aquellos que habían recibido todo de la mano de Dios, le deshonraron al no obedecer su mandato. La serpiente, el enemigo de Dios, les hizo dudar del carácter perfecto de su Creador, y ellos, a pesar de ver evidencias de su bondad en todas partes, decidieron abrazar la mentira que les hizo creer que ellos podían ser como Dios.

Comieron del fruto que a sus ojos parecía dulce; una sola mordida bastó para experimentar la amargura que le produjo al alma, una amargura que sigue impregnada en todos los hijos de Adán.

Los pies que corrían con libertad a Dios, ahora se dirigían a un abismo de muerte. Nada, ni nadie, podía reparar tan horrible mal; ningún ser humano podría limpiarse de su maldad.

Hasta ese momento…

En un instante, Dios dejó brillar un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que reinaba en los corazones muertos. Adán y Eva recibieron las consecuencias de su pecado, y cuando Él se dirigió a su enemigo le dijo: «Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar.» (GÉNESIS 3:15) Cuando el enemigo de Dios pensó que se había salido con la suya, Dios le declaró que a lo largo de la historia de la humanidad, habría enemistad entre él y los hijos de Eva y que de su simiente llegaría uno que aplastaría su cabeza.

¡Dios anunció que Él proveería la solución para el problema del pecado! Dios fue el primero que declaró la buena noticia del evangelio.

Este Salvador prometido, había de venir de la simiente de la mujer, porque sería concebido por una virgen. Dios mismo, hecho hombre, vendría a reparar todo lo que el pecado había destruido. «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.» (ISAÍAS 9:2)

Si queremos apreciar la luz que irradió el nacimiento de Jesús, primero necesitamos considerar la oscuridad que reinó y que sigue reinando en el corazón del hombre. Al ponderar que el pecado nos dejó espiritualmente muertas y separadas de Dios, valoraremos la llegada de Emmanuel, Dios con nosotros

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